Agitó
desesperadamente su camisa pero se había equivocado, el avión no volaba
directamente hacia la balsa y desde la altura a la que iba, era imposible
verlo. Se sintió desesperado y comenzó al tortura de la sed. Se cubrió con la
camisa húmeda la cara y se recostó boca arriba para proteger sus pulmones del
sol.
A
las 12:30 escuchó un avión aproximarse y éste sí volaba a menor altura y
directo hacia la balsa. Pudo ver que el avión pertenecía a los guardacostas y a
una persona con binóculos asomado al mar. Ahora sí pensó que lo habían visto y
agitó la camisa. El avión pasó nuevamente por encima de la balsa, pero después
se fue. Seguro de haber sido visto, pensó que lo rescatarían en una hora y que
probablemente estaba cerca de Cartagena y de Panamá, así que trató de remar
hacia esa dirección. Las horas pasaron y no lo rescataron, cuando de pronto, de
un salto, cayó en el centro de la balsa y lentamente, como cazando una presa,
la aleta de un tiburón se deslizaba a lo largo de la borda.
Muchos
más tiburones se acercaron a la balsa, como escoltándola, y al atardecer se
marcharon. Sabía que los tiburones serían puntuales al día siguiente y que se
marcharían al anochecer. El atardecer fue espectacular , había peces de
diferentes colores nadando en el mar transparente. Cuando veía algún resto de
pescado devorado por un tiburón, sentía que era capaz de vender su alma con tal
de obtener un solo bocado. Aquella era su segunda noche de desesperación,
hambre y sed. A pesar de no haber dormido nada la noche anterior, sentía
fuerzas para remar hacia la Osa Menor.
Alrededor
de las 2:00 am estaba completamente agotado por la sed y el cansancio. Se
disponía a morir cuando de pronto vio a Jaime Manjarrés sonriente señalándole
la dirección del puerto. Al principio fue un sueño, pero aún despierto lo
seguía viendo. Por fin se decidió a hablarle sin sobresaltarse, pues sentía que
había estado en la balsa con él siempre. Jaime Manjarrés le preguntó porqué no
había tomado agua ni comido suficiente. Después estuvo silencioso un momento y
volvió a señalarle dónde estaba Cartagena. Luis siguió la dirección de su mano,
pero las luces del aparente puerto no eran más que un nuevo amanecer.
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