La
brisa movía con rapidez la balsa y Luis dedujo que sería hacia el Caribe, pues
el mar no arrojaría hacia la costa una balsa muy adentrada. Pensó que alrededor
de la 1:00 pm notarían su ausencia en el demoledor y enviarían helicópteros y
aviones para buscarlos. El sonido de la brisa le recordaba a Luis Reginfo
cuando le gritaba “Gordo, rema para este lado”. Las horas pasaban, la brisa
paró, el murmullo de Reginfo también pidiendo auxilio también, y ningún avión
se aproximó.
Luis
estuvo esperando atento a que pasaran los aviones. Cayó el atardecer y cuando
oscureció, esperaba ver las luces verdes y amarillas de los aviones en el
cielo, pero sólo vio un mundo de estrellas que trató de identificar para
ubicarse mejor. Se sentó al borde de la balsa, el pero lugar recomendado por
sus instructores, pero sólo allí se sentía seguro de las bestias y animales
marinos que pasaban debajo de la balsa. Durante cada minuto observó su reloj;
lo estaba volviendo loco la espera y el tiempo pasaba lentamente. Decidió
quitárselo y aventarlo al mar, pero al cabo de un rato, no lo hizo y siguió
revisando la hora constantemente.
No
había dormido nada esperando ver las luces de los aviones y escrutando el
horizonte en busca de algún barco. Al amanecer sintió la tibia brisa, estiró su
cuerpo y le dolía la piel. Recordó el demoledor, cómo a esa hora estaría
comiendo su desayuno y le dio hambre. Comenzó a reconstruir lo sucedido, y de
haber estado en su litera y no en cubierta, ahora todo estaría bien. Pensó que
todo había sido culpa de su mala suerte y sintió angustia.
Al
mediodía recordó Cartagena y pensó que sus compañeros habrían sido rescatados.
De pronto vio un punto negro en el horizonte que se acercaba con gran rapidez
hacia la balsa. Luis se quitó la camisa para atraer su atención
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